viernes, 28 de marzo de 2008

SENTIR EL TEATRO II: como espectador

Las 18:00 horas, a las siete he quedado con un amigo para ir al teatro. La oferta teatral de la pequeña localidad en la que resido no es muy amplia y hay que aprovechar las oportunidades. Termino de mandar unos mails y me dirijo a la ducha. Tras una sesión de hidratantes y demás productos cosméticos me visto para la ocasión, a pesar de que aunque la mona se vista de seda...., para mí ir al teatro es, al igual que hacerlo, un rito. En esta ocasión no tengo muchas dudas, parece raro pero lo único que me lleva dos intentos son los zapatos. Última mirada al espejo, lo dicho... mona se queda.

En una cafetería cercana al teatro espero al compañero que se hace esperar lo estrictamente necesario. Nos saludamos, una cerveza y un batido de chocolate condimentaran nuestra charla sobre variados temas. Después de media hora de repaso verbal salimos hacia la sala donde tendrá lugar la representación. Parece que no hay mucha gente, aunque la obra es buena y el montaje ha recibido muy buenas críticas, en el cartel no hay primeras figuras ni actores o actrices conocidos. Un reparto con gente de la televisión suele ser el mejor reclamo, aunque no siempre el resultado sea el esperado.

El rito sigue su curso habitual, ahora toca buscar las entradas sacadas con anticipación por los innumerables bolsillos que cubren el cuerpo de la mona vestida de seda. Esta vez tardo más de la cuenta en encontrarlas, incluso pienso que me las he olvidado en casa, pero no, aquí están, justo en el bolsillo en el que primero había mirado. Mi amigo no dice nada, me conoce, sabe, sufre y aguanta mi habitual estado de nerviosismo. Antes de entrar fumo un cigarro, mi amigo lo está dejando. En algo más de dos minutos, sólo queda la boquilla, record personal, señala el exfumador. Entrego con solemnidad, el rito lo requiere, las dos entradas al portero, que con un automatismo muy poco ritual, nos indica la puerta de acceso que corresponden a nuestras localidades.

Ya se siente ese olor característico de las salas de butacas, aunque según el rito la palabra más adecuada sería “aroma”. Buscamos la fila, tenemos suerte, nuestra puntualidad hace que nos podamos sentar sin tener que restregar el culo por la cara de los compañeros de fila, pero eso significa que será a nosotros a los que nos pasen los culos de otros a escasos centímetros, milímetros incluso, del rostro, espero que al menos se trate de un buen culo, pienso en mi interior. El rito permite ciertas desvíos, al fin de al cabo se trata de teatro. Nos acomodamos en las butacas. Es en este momento en el que mundo exterior empieza a diluírse. La conversación se centra únicamente en la obra que dentro de unos minutos comenzará. Comienza una insangrienta batalla, en la que las armas utilizadas son las informaciones que ambos contrincantes hemos ido descubriendo sobre la obra y su autor, el director y el montaje, el reparto y sus trabajos... En la última ocasión fui claramente derrotado, pero hoy me he tomado la revancha. Primer timbre, el duelo ha hecho mella y ahora sólo queda el silencio. Es incómodo, busco un tema, pero no lo encuentro, ahora gana mi amigo que habla de sus planes para el próximo puente. Segundo timbre. El plan resulta atractivo. Tercer timbre. Ahora sí definitivamente el mundo exterior desaparece cuando el telón se abre.

El rito sigue su curso habitual, el montaje y el ritmo que el director imprime a la obra hace que en a penas tres minutos nos hayamos zambullido de lleno en la trama. El trabajo de los actores es también muy destacable. No lo puedo evitar, sin querer me veo interpretando alguno de los papeles, pienso en los matices que introduciría en el personaje. En 45 minutos que han pasado como si fueran sólo 10 hemos podido reír, llorar emocionarnos, enfadarnos.... Se encienden las luces, descanso, aguantaré sin salir a fumar. Intercambio de impresiones y opiniones con mi amigo y compañero. Las coincidencias superan a las discrepancias y en general los dos estamos gratamente sorprendidos, aunque mi entusiasmo es algo mayor. Los tres timbrazos vuelvan a sonar y las luces se apagan.

En la segunda parte la tensión dramática aumenta considerablemente, y aunque hay elementos humorísticos estos son más negros, más ácidos, más amargos. El ritmo es muy bueno, los actores magníficos, la historia absorvente. No quiero que llegue el final, pero hasta en el teatro esto es inevitable. Ojos humedecidos, nudo en la garganta, sensación indescriptibles, hemos sido testigos de una historia tan contradictoria como humana, tan cómica como dramática, tan bella como convulsa, tan triste como esperanzadora. Se cierra el teatro y empiezan los aplausos. La manos duelen, los antebrazos también, pero no quiero, no puedo dejar de aplaudir, es lo menos que se puede hacer. Y aunque las entradas nos han costado 10 Euros, lo que nos han hecho vivir, no tiene precio.

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