jueves, 27 de marzo de 2008

SENTIR EL TEATRO I: como actor

18:00, dos horas antes de la representación. Llego de los primeros, en el patio de butacas todavía queda el aroma del día anterior. Empieza el rito que ha de durar al menos 5 horas más. Van llegando el resto de actores y técnicos. Nos saludamos, sonreímos, recordamos el entusiasmo con el que el público acogió el estreno. Repasamos las anécdotas de la representación de ayer, revisamos los detalles que no quedaron como estaban planeados, nos contamos los comentarios que nos ha hecho la gente. Estamos más relajados que el día anterior. La regidora nos pide que abandonemos el escenario, ha de comenzar a preparar todo, las palmas del director nos apremian a que empecemos a vestirnos y maquillarnos. La calma se transforma ahora en ajetreo. Aunque amateurs cada uno de los actores tenemos, también, nuestras manías para este momento. Uno no para de hablar, una revisa antes de empezar a desvestirse todos lo elementos del vestuario, otro empieza su particular retiro, otra gasta bromas sobre los cuerpos, el director simplemente mira y sonríe. Y su mirada y su sonrisa dan seguridad.

Poco a poco todos vamos pasando por las manos de la maquilladora y la peluquera, su trabajo no es nada fácil, hacer algo guapo al muy feo, feo al guapo, vieja a la joven, joven a la adolescente, malo al bueno, cuerdo al loco. En su trabajo hay parte de la credibilidad del personaje. Por eso todos vivimos ese momento con gran solemnidad.

Ya estamos todos preparados. Las 19:30, comienza la media hora más larga de la velada. Se hace el silencio, comienzan los paseos, me siento, me levanto, me vuelvo a sentar, debe ser ya la hora, pienso, pero no han pasado más de 4 minutos, me vuelvo a levantar, me fumo un cigarro, la regidora me mira con mala cara, me encojo de hombros, ella sonríe.

Comienzan a oírse los primeros espectadores. Como en cualquier compañía amateur que se precie nos asomamos disimuladamente por el telón, para ver como va el aforo de la sala. Hay bastante gente. El estreno fue un gran éxito. El público, formado principalmente por familiares, amigos, compañeros y conocidos, nos lo puso bastante fácil. Pero quizá hoy, a priori, no sea tan favorable. La tensión previa a una representación, no es comparable a ninguna otra tensión, no es ni mejor, ni peor, ni más ni menos intensa, es simplemente una tensión especial. Una compañera me pregunta como está la sala, - casi llena , - le digo, y aunque sé que se fía de mí, lo comprueba por ella misma, forma parte del rito. Me siento de nuevo, me vuelvo a levantar, otra vez en la butaca, pero en treinta segundos vuelvo a estar caminando. Por fin el director nos convoca, faltan a penas 10 minutos. Últimas indicaciones, las observaciones de siempre, el rito continúa. Nos damos las manos, nos deseamos mierda, suena el primer timbrazo. Sabemos que la regidora ha preparado todo, pero lo comprobamos por nosotros mismos, más rito. Segundo timbre cada uno a su sitio, los técnicos ya están en sus puestos. Tercer y definitivo timbre, es la hora, el telón se abre, comienzan la hora y media más rápida de la velada.

Toda va bien, perfecto, el público se ríe, parece que hemos conectado, los que todavía no estamos en escena, seguimos con nuestros ritos, silencio en algunos casos, paseos en el mío, otra sigue los diálogos que se representan. Una equivocación, aunque el público no lo nota, entre bambalinas levantamos la cabeza y nos buscamos con la mirada, la protagonista sale con maestría del error, es genial nos decimos ahora con la mirada. Falta poco para que me toque salir, último trago de agua, última comprobación ante el espejo, llega la hora me toca salir. Ni pie izquierdo, ni derecho, ya no soy, yo, soy otro, soy el “joven”. Mi salida hace reír más al público, me gusta esa sensación, la disfruto, pero pierdo la concentración cometo un error, ella, la genial sigue genial y me echa un cable en forma de morcilla de enlace. La escena es rápida, debo recuperar la concentración, el ritmo de la acción me lo pone difícil, pero los compañeros me ayudan, recupero la concentración, termina la escena, salgo del escenario, a pesar del error los compañeros levantan el pulgar, forma parte del rito, lo sé y ellos también lo saben.

Llega el descanso, ¿10 minutos de relax? O ¿de tensión quizá? Agradezco la ayuda, bebemos agua, fumamos, comentamos la primera parte. El público está genial, nos empuja, nos ayuda con sus risas y aplausos. De nuevo los tres timbrazos nos ponen en alerta, a sus puestos, queda lo más difícil, el final, la complicada escena que tanto nos constó crear.

Vuelvo a escena, esta vez es ella la que falla, soy yo quien le echa el cable, intuyo su agradecimiento. El momento culminante ha sido realmente culminante. Casi, casi lo hemos bordado, nosotros lo sabemos, el público lo siente. Llega el final, el telón se cierra. En décimas de segundo nos felicitamos, nos saludamos todos. Se vuelva a abrir el telón, toca la hora del saludo, del agradecimiento mutuo. Con su aplausos el público nos agradece el buen rato que les hemos hecho pasar, con nuestros saludos y reverencias rituales les agradecemos a ellos que nos permitan soñar, que nos dejen formar parte de un universo mágico y real, que sepan valorar el trabajo, esfuerzo e ilusión que hay cada obra representada. Un momento de gran complicidad. Aplausos recíprocos, aplausos que superan con creces los sacrificios realizados en pro del montaje. No quisiera que este momento acabara nunca. Pero acaba y el telón se cierra definitivamente.

Comienza la última etapa de la velada, primero quitarnos el maquillaje, después cambiar la ropa del personaje por la nuestra. Pero aunque ahora frente al espejo vuelva a ser yo, sé que durante las próximas semanas llevaré dentro de mí ese “joven con la cabeza rota”, la gente por la calle me lo recordará.

Mensaje Internacional para el Día mundial del teatro por Robert Lepage

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