Vivo en una de esos pueblos y ciudades en los que proliferan los locutorios telefónicos para personas inmigrantes. En mi camino hacia casa, paso a diario por una calle en la que un portal y sí y otro también corresponden a estos establecimientos. Grandes y pequeños, antiguos y modernos, llenos o vacios...Algunas de las cabinas dan a la calle, por lo que en mi recorrido puedo ver y puedo sentir los rostros de sus usuarios. Rostros de añoranza, de melancolía, caras de esperanza, de tristeza ilusionada, de ilusión entristecida, rostros latinos, magrebíes, africanos, asiáticos, caucásicos. Todo los colores y olores, todas las facciones y todos los acentos, todas las músicas, todos los idiomas, las latutudes y altitudes, pensamientos y sentimientos, se dan cita en los locutorios.
Y al pasar y ver los rostros, no puedo evitar pensar ¿con quién está hablando? ¿de qué está hablando? ¿qué pasa por su cabeza? ¿y por su corazón?
Quizá al otro lado del teléfono se encuentre su madre, o puede que sus hijos, ¿sus amigos talvez? En cualquier caso personas separadas por el arma más cruel de la dinámica espacial.
Le cuenta que está bien, que ha vuelto a encontrar trabajo, que todavía lo miran raro, que los añora, que le quiere, le pregunta si llegó ya el dinero, manda saludos y besos para los conocidos. Y le cuentan que allí las cosas no van bien, que la plata ya llegó y que ya se la gastaron, que un conocido del pueblo piensa viajar, que el abuelo está mejor, que el perro se murió, que todavía hace buen tiempo....
Y en su cabeza y en su corazón se mezclan sentimientos de alegría e impotencia, añoranza y esperanza, rabia y calma. Y no puede más y aunque intenta disimular la voz se le entrecorta y una lágrima brota y su mirada se pierde tras el cristal y su mente viaja atraviesa el estrecho y los océanos, los Urales y los Cárpatos y puede oler los aromas de su tierra, sentir el viento de su pueblo, tocar el cuerpo del lejano pariente o amigo. Y no entiende porqué ni está allí, ni está aquí. Y comprende que empieza a ser un extraño en su tierra natal y que en su tierra de acogida nunca lo dejo de ser. Y sueña algo mejor, y sueña con volver o que familia pueda venir.
De pronto alguien llama a la cabina, hay cola y el lleva mucho tiempo, se despide, cuelga el aurícular, disimuladamente seca su incipiente lágrima y haciéndose el duro sale de la cabina, bromea con el siguiente, pero su alma todavía le duele.
Y toda esta experiencia por sólo 3,25 Euros.
Quizá al otro lado del teléfono se encuentre su madre, o puede que sus hijos, ¿sus amigos talvez? En cualquier caso personas separadas por el arma más cruel de la dinámica espacial.
Le cuenta que está bien, que ha vuelto a encontrar trabajo, que todavía lo miran raro, que los añora, que le quiere, le pregunta si llegó ya el dinero, manda saludos y besos para los conocidos. Y le cuentan que allí las cosas no van bien, que la plata ya llegó y que ya se la gastaron, que un conocido del pueblo piensa viajar, que el abuelo está mejor, que el perro se murió, que todavía hace buen tiempo....
Y en su cabeza y en su corazón se mezclan sentimientos de alegría e impotencia, añoranza y esperanza, rabia y calma. Y no puede más y aunque intenta disimular la voz se le entrecorta y una lágrima brota y su mirada se pierde tras el cristal y su mente viaja atraviesa el estrecho y los océanos, los Urales y los Cárpatos y puede oler los aromas de su tierra, sentir el viento de su pueblo, tocar el cuerpo del lejano pariente o amigo. Y no entiende porqué ni está allí, ni está aquí. Y comprende que empieza a ser un extraño en su tierra natal y que en su tierra de acogida nunca lo dejo de ser. Y sueña algo mejor, y sueña con volver o que familia pueda venir.
De pronto alguien llama a la cabina, hay cola y el lleva mucho tiempo, se despide, cuelga el aurícular, disimuladamente seca su incipiente lágrima y haciéndose el duro sale de la cabina, bromea con el siguiente, pero su alma todavía le duele.
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