lunes, 29 de octubre de 2007

PASEO JUNTO A LA MAR

Aunque no soy oriundo de costa, he vivido buena parte de mi vida en poblaciones con bellas costas y playas, Valencia, Mallorca, Menorca... Aunque mis raices son más bien montañeras, éstas han crecido hasta llegar a la mar. Aunque soy de los que el aroma del monte tras la lluvia evoca grandes y hermosos recuerdos, no puedo evitar necesitar pasear junto a la mar.
La suavidad de la arena en los pies, la brisa húmeda en el rostro, el sonido de las olas y las aves marinas, el aroma del salitre... hacen de cualquier paseo junto al mar un premio para los sentidos y un regalo para el alma.
Pasear junto a la mar es abrirse al propio horizonte marino.
Pasear junto a la mar es abrirse a uno mismo.
Pasear junto a la mar es abrirse a la belleza.
Paseando junto a la mar todo es mucho más sereno: el sufrimiento y el dolor más serenos, la alegría y la ilusión más serenas, la soledad menos sola, la compañía más íntima.
Paseando junto a la mar todo es más intenso: el ser más intenso, el estar más intenso, el pensar más intenso, el sentir más intenso.
Y así, paseando junto a la mar, serenidad e intensidad se unen y nos abren a la inmensidad del misterio de la vida.
Paseando junto a la mar, el tiempo pasa más rápido, pero la vida pasa empapando cada momento de sentido.
¿PASEAMOS JUNTOS?

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